inequívoca finalidad desinformadora. Las cosas ocurren en un contexto y en unas
circunstancias que las condicionan y las definen. El obispo de Oviedo tiene un interés
especial en ignorar y silenciar el contexto y las circunstancias de la persecución
anticlerical de la Guerra Civil porque su explicación mostraría a las claras la
responsabilidad del episcopado en la provocación de ese tipo de violencia ciega y
brutal que a veces produce también víctimas inocentes como parece ser el caso de
los mártires de Nembra. Lo que el obispo Sanz no quiso decir es que el furor
anticlerical de las masas españolas era una reacción y una respuesta a la política
tradicional del episcopado de este país: más de un milenio de sostén ideológico al
feudalismo, casi cuatro siglos de Inquisición, un siglo largo de connivencia con el
capitalismo y una complicidad constante con el caciquismo rural del país. A todo esto
vino a añadirse, en el año 1936, el apoyo de la mayoría de los obispos españoles a la
rebelión fascista contra la República. Es decir, en la lucha de clases el episcopado de
la época tomó partido a favor de los ricos y explotadores en contra de la multitud
desheredada de la población. Aún hoy, ochenta años después, el episcopado español
sigue viviendo de las rentas de aquella toma de postura, gozando privilegios,
prebendas y exenciones fiscales. El obispo Sanz está en esa línea de apoyo al rico
Epulón en perjuicio del pobre Lázaro. Teniendo en cuenta los antecedentes
mencionados no nos sorprende la actitud del obispo de Oviedo pero nos escandaliza
pues pensamos que se debe esperar algo diferente de alguien que ejerce una función
pastoral en un colectivo de seguidores de Jesús de Nazaret.
Igual escándalo nos produjo el comportamiento de este prelado con relación al tema
de la Pastoral Penitenciaria. Durante muchos años un grupo de abnegados
voluntarios, religiosos y laicos, habían estado ejerciendo en el Centro Penitenciario de
Villabona una humanitaria labor de apoyo a la reinserción social de los infelices que
habían caído en las redes de la práctica delictiva, de las que es más difícil salir
cuando se vive en la miseria que genera nuestra sociedad injusta. Además del
servicio religioso se les brindaba a los reclusos un apoyo humano (cursos, asistencia
sanitaria, contacto con las familias…) que les ayudaba y que ellos valoraban y
agradecían mucho. Las eucaristías que celebraban eran bastante más que la misa
ritual y rutinaria que ya no dice nada a los que asisten pasivamente como prescriben
los cánones sino que eran participativas, con evangelización directa en conexión con
la problemática personal de cada recluso.
Toda esa labor fue drásticamente interrumpida por una desafortunada decisión del
obispo Sanz. Los voluntarios han sidio cesados y ya no pueden seguir ejerciendo la
ayuda que prestaban a ese sector tan marginado que son los reclusos pobres. Los
reclusos ricos, los de las grandes estafas de la corrupción institucional que
“disfrutamos” en este país gozan de toda clase de privilegios en las cárceles y suelen
ser liberados rápidamente “por buena conducta”. Los desgraciados que carecían de
todo cuando estaban en libertad y cayeron en el delito por las circunstancias adversas
en las que se desenvolvían sufren un trato más riguroso en los centros penitenciarios
y, como ocurre en este caso, una persona que se dice servidor de Jesucristo les niega
el trato humanitario y el apoyo religioso que necesitan. La Iglesia asturiana que él
preside se esfuerza, en algunas parroquias, en promover una especie de culto
llamado “adoración” que consiste en que los fieles pasen algunas horas de su tiempo