Por esto os digo: Sus pecados, que son
muchos, le son perdonados; porque
amaba mucho; pero a quien poco se le
perdona, poco ama. Y le dijo a ella: Tus
pecados te son perdona0dos. Y los que
estaban a la mesa con él comenzaron a
decir entre sí: ¿Quién es éste que hasta
perdona pecados? Y le dijo a la mujer: Tu
fe te ha salvado; ve en paz.
La misma narración aparece también en
Mateo 26; 6-13, Marcos 14 y Juan 12; 1-8
con algunas diferencias. Pero vemos en ese
pasaje del
E
vangelio algo que
,
tal vez, los
propios evangelistas no vieron
. P
rimero,
prestemos atención al título “Cristo” que le
dieron los seguidores de Jesús, y la historia
en general. Esa palabra es la traducción
griega de la palabra hebrea “Mesías”, que
significa “Ungido”. La unción era, en la
cultura hebrea, una ceremonia mediante la
cual los reyes eran consagrados, es decir,
una ceremonia con el mismo significado de
la coronación o entronización en otras cul-
turas. Por supuesto, esa unción del Mesías
tendría que ser una ceremonia sumamente
solemne y la unción la haría un Sumo Sa-
cerdote. El Mesías que los judíos estaban
esperando desde hacía varios siglos sería,
según su idea, algún rey especialmente
grande, Rey de Reyes. Concretamente, se
esperaba que este Mesías fuera un gran
conquistador, como Alejandro de Macedo-
nia, que lograría, a favor del pueblo judío,
un gran imperio similar al de los romanos
de la época. Para la correspondiente unción
de tal Mesías, el material apropiado ya ha-
bía sido preparado. En febrero de 1989, los
periódicos informaron que se había produ-
cido un interesante descubrimiento arqueo-
lógico en Israel: se encontró un recipiente
que contenía ese tipo de oleo como el que
se usaba para la consagración de los reyes
y los sumos sacerdotes. Se calculó que la
antigüedad de aquel objeto era, aproxima-
damente, de dos mil años, o sea la época de
Jesús. Éste, cuando una multitud entusiasta
quiso proclamarlo rey, escapó corriendo.
De haber aceptado, habría aparecido un re-
cipiente de óleo similar, quizás ese mismo
que fue descubierto en 1989, para consa-
grarlo. En ese caso tendría que emprender
una guerra contra el rey Herodes Antipas y
contra los romanos, tendría que realizar to-
do tipo de violencia, contra los enemigos,
contra pretendientes rivales... sería servido
por mucha gente. Así funcionan los reinos
de este mundo, pero él tenía claro que su
reino no es como los de este mundo, y que
el mayor en su reino es el que sirve a los
súbditos. Jesús aceptó la función más baja
que la sociedad puede asignar a alguien: la
de criminal ejecutado. Bueno, ¿cómo se re-
flejó eso en la ceremonia de su unción? No
hubo solemnidad; no fue ungido por un Su-
mo Sacerdote, sino por una mujer y ade-
más prostituta, el rango más bajo en la so-
ciedad hebrea. Este es el símbolo que ve-
mos en la escena del Evangelio que esta-
mos comentando. Rompió el esquema tra-
dicional de sociedad basada en clases y
rangos, fue un auténtico antisistema.
Visto esto, puede parecer que en una socie-
dad que se define como cristiana, la situa-
ción de las mujeres y de los estratos infe-
riores en general debería ser diferente a la
que realmente es, o mejor dicho, no debería
haber diferencia alguna entre todos los se-
res humanos. ¿Por qué no es así? En res-
puesta a esto, hay que explicar que asignar
el título de “cristiana” a una sociedad signi-
fica sólo que esa sociedad ha aceptado el
culto y otros signos externos de esa reli-
gión, no que ha asumido los valores de Je-
sucristo. Sólo algunas personas pretenden
ajustar su vida al espíritu de las enseñanzas
de Jesús, y esas personas siempre han sido
y son muy pocas. Concretamente, ya las
primeras generaciones después de Jesucris-