Ya están aquí, me refiero a los cuatro jinetes del Apocalipsis: la peste, el hambre,
la guerra y la muerte. En realidad estuvieron siempre; el Apocalipsis no era una
profecía para el futuro sino un esquema permanente de la historia humana. La
acción de esos cuatro azotes se manifestó desigualmente según la época y el
lugar. Concretamente en nuestra época, la peste (pandemia) y la muerte las
estamos viendo muy activas en todo el mundo, el hambre es enorme en muchos
sitios, y lo será más desde ahora, incluso en nuestro país, y la guerra, sabemos
que existe en muchos lugares de nuestro planeta, y parece que hay peligro de
que se extienda por las consecuencias que va a tener, sobre la producción
alimentaria, la actual crisis. Los pueblos que no supieron o no quisieron
compartir los bienes y recursos terrestres en épocas de abundancia, es
impensable que lo hagan en época de escasez y penuria. Véase cómo está
arruinando el proyecto de construcción de la Unión Euopea la insolidaridad
entre las naciones que la componen. De la insolidaridad entre las regiones
españolas con diferente nivel económico, no es necesario hablar.
No es fácil prever el desarrollo de los acontecimientos en el futuro, pero parece
claro que nada va a ser igual que antes. La destrucción del tejido productivo que
ya se produjo, y que va a aumentar, va a generar entre los humanos, entre las
clases sociales, entre los pueblos… una mayor insolidaridad y agresividad. Para
afrontar la crisis que se nos viene encima sería necesaria una mayor implicación
y reforzamiento de los poderes del Estado, una economía intervenida, dirigida,
planificada… una organización pública de los canales de distribución: racional,
igualitaria. O sea, todo lo contrario del sistema neoliberal que “disfrutamos”
hasta ahora: un sistema en el cual la producción era una actividad de agentes
privados detentadores de capital, basado en la iniciativa privada, la propiedad
privada… que generó diferencia y lucha de clases. El rol del Estado en ese tipo
de sociedad era sólo el de defender los intereses de la clase dominante, la
propiedad privada, e impedir que la lucha llegase a desestabilizar el tinglado.
En nuestro país, sin ir más lejos, lo vimos en la anterior crisis económica. Los
poderes políticos mayoritarios, lacayos del poder económico, forzaron en el
Parlamento, el 23 de agosto de 2011, una reforma constitucional para establecer
que el pago de la deuda pública fuese lo primero a pagar frente a cualquier otro