completamente diferentes a las que presenta la película. Quizás los guionistas de la
película sacrificaron la verdad histórica a favor de una de las tesis de la película, a saber,
que la amistad del rey con Becket era lo suficientemente fuerte como para contrarrestar
el disgusto de las reinas y los barones.
Pero más grave es la deformación de la verdad histórica que hace la película a favor de
la otra tesis del guión, es decir la santidad de Thomas Becket. Es cierto que no sólo esta
película, sino también la propia Iglesia declaró santo a Becket. Él, ciertamente, fue
asesinado en la forma y las circunstancias que presenta la película. Pero es dudoso que
su muerte pueda ser considerada un martirio y, en cualquier caso, la causa que defendió
no era justa. Considérese, por ejemplo, lo negativamente que se considera ahora el
hecho de que la Iglesia, hasta hace poco, silenció los casos de pedofilia y similares por
parte de clérigos para juzgarlos ella misma y no la autoridad civil, secular. Bueno, esa
injusticia fue defendida por Becket y la Iglesia medieval que lo apoyaba.
La doctrina del Evangelio sobre estos temas es: Dad al César lo que es del César y a
Dios lo que es de Dios. Pues bien, la Iglesia, exigiendo privilegios para el clero, se
negaba a darle al César lo que le pertenecía. Por su parte, también los reyes,
asignándose el derecho a elegir obispos (el propio Becket aprovechó esta irregularidad
para convertirse en arzobispo de Canterbury) se apropiaban de lo que pertenecía a Dios.
En verdad, este derecho no debería pertenecer a la jerarquía eclesiástica sino a las
comunidades populares que los obispos debían liderar.
Todos los historiadores de Thomas Becket coinciden en que, tras su nombramiento
como arzobispo, cambió por completo su forma de vida: abandonó su anterior
libertinaje y vivió una vida austera dedicada al la penitencia y la caridad. Pero a la vez
era muy celoso de sus privilegios clericales. La pugna entre las autoridades religiosas y
civiles, con todo tipo de altibajos, se prolongó a lo largo de la Edad Media y más tarde,
de hecho hasta nuestra época, y no faltaron los sangrientos episodios en el
enfrentamiento, pero en la mayoría de los casos ambos poderes. se controlaban a sí
mismos para evitar una confrontación violenta.
El problema era que tanto Enrique II como Becket, por sus respectivos caracteres, no
eran proclives al compromiso y al acuerdo: eran gente de «todo o nada». Además,
Becket sobreestimó su verdadero poder eclesiástico; se consideraba a sí mismo más
poderoso de lo que realmente era y exageraba en materia de excomunión. La película
presenta la excomunión de un barón, pero el asunto era mucho más grave: cuando el rey
decidió coronar a su hijo en la catedral de York, Becket, celoso por el desdén a su
arzobispado, excomulgó a tres obispos y amenazó con interdicto a todo el reino. Se
sintió lo suficientemente fuerte y no pensó en absoluto que la reacción pudiera ser tan
violenta: después de su desaparición, el papa y el rey pudieron llegar a una solución
política que no sería posible en absoluto mientras Becket estuviera presente.