lugares, afirma que “no se pueden llenar los seminarios con cualquier tipo de
motivaciones”. La verdad es que en este tema el afán reformista no es muy profundo y
no se avanzan propuestas de renovación eclesial. Lo de ampliar espacios para una
presencia femenina y hacer crecer la responsabilidad de los laicos es bastante ambiguo.
De hecho, lo que dice sobre los seminarios, las vocaciones y sus motivaciones implica
que se sigue contemplando en la Iglesia la continuación de la división artificial, en
absoluto evangélica, entre el sacerdocio y el laicado.
Si a lo largo de todo el texto se remarca tanto el carácter optimista del Evangelio es
porque resulta evidente que con frecuencia se olvidó eso en la Iglesia. De hecho, en el
texto de esta encíclica se pone en guardia contra la deformación que puede resultar de
maneras inadecuadas de predicación, concretamente en el párrafo 38, cuando dice:
si un
párroco a lo largo de un año litúrgico habla diez veces sobre la templanza y sólo dos o tres
veces sobre la caridad o la justicia, se produce una desproporción donde las que se
ensombrecen son precisamente aquellas virtudes que deberían estar más presentes en la
predicación y en la catequesis. Lo mismo sucede cuando se habla más de la ley que de la
gracia, más de la Iglesia que de Jesucristo, más del Papa que de la Palabra de Dios.
Precisamente la caridad y especialmente la justicia son contempladas en el capítulo
cuarto de la Encíclica, que es el más extenso del documento. El Papa denuncia el
sistema económico actual, del que dice que es injusto en su raíz. Esa economía mata ya
que predomina la ley del más fuerte. Los excluidos no son «explotados» sino desechos,
«sobrantes». Vivimos en una nueva tiranía invisible, a veces virtual, de un mercado
divinizado donde imperan la especulación financiera, una corrupción ramificada y una
evasión fiscal egoísta. En el texto se reafirma la íntima conexión que existe entre
evangelización y promoción humana, y el derecho de los pastores a emitir opiniones
sobre todo aquello que afecte a la vida de las personas. Para la Iglesia la opción por los
pobres es una categoría teológica antes que sociológica. Por eso dice querer una Iglesia
pobre para los pobres. Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los
pobres no se resolverán los problemas del mundo. El Papa invita a cuidar a los más
débiles: los sin techo, los toxicodependientes, los refugiados, los pueblos indígenas, los
ancianos cada vez más solos y abandonados y los migrantes, por los que exhorta a los
países a una generosa apertura. Habla de las víctimas de la trata de personas y de nuevas
formas de esclavitud, y de los doblemente más pobres: las mujeres, los niños y los más
débiles. Los niños por nacer, son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy
se les quiere negar su dignidad humana.
En la actual situación del mundo, cuando se está imponiendo un sistema económico
injusto que agrava las diferencias entre los más ricos y los más pobres, es muy oportuno
este mensaje que indica que se ha de escuchar el clamor de pueblos enteros, de los
pueblos más pobres de la tierra, porque la paz se funda no sólo en el respeto de los
derechos del hombre, sino también en el de los derechos de los pueblos, y que hay un
signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad
descarta y desecha. Literalmente, el Papa dice:
Quiero una Iglesia pobre para los pobres.
Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas.
A
lo largo de todo el capítulo cuarto se expresa esa preocupación por la justicia que debe