En esta nueva etapa, el Gobierno español ha alcanzado un acuerdo con la Iglesia
católica que implica que la Basílica no será desacralizada y que la comunidad
benedictina podrá continuar en el lugar. A cambio, se respetará la dimensión
religiosa del complejo, pero se abrirá la puerta a su transformación simbólica y
educativa.
Se ha anunciado la convocatoria de un concurso internacional para recibir
propuestas que permitan reinterpretar el monumento. El objetivo es convertir el
Valle en un centro de interpretación histórica, que informe sobre el contexto de su
construcción y promueva valores democráticos, en línea con las políticas de
memoria desarrolladas en otras democracias europeas.
Este enfoque intenta compatibilizar el respeto a la fe con una necesaria revisión
crítica del pasado. No se trata de borrar la historia, sino de resignificarla: de
transformar un espacio de exaltación autoritaria en un lugar de reflexión, educación
y reconciliación.
Como era de esperarse, este proceso ha suscitado fuertes reacciones desde los
sectores
m
ás conservadores de la sociedad española
. P
artidos como Vox y círculos
de la derecha católica, incluyendo algunos prelados, han criticado duramente el
acuerdo, acusando al Gobierno de actuar contra la fe cristiana y señalando a la
jerarquía eclesiástica de debilidad frente a la presión política.
Estos sectores temen que la resignificación del Valle altere su carácter religioso,
aunque desde el propio Arzobispado de Madrid, en voz de José Cobo, se ha
expresado una disposición al diálogo, subrayando la necesidad de preservar la
Basílica y la comunidad monástica como elementos esenciales, pero sin cerrar la
puerta a una reinterpretación del lugar. Cobo ha abogado por un proceso “sin
ideologizaciones” y realizado “con sosiego”, reconociendo el peso simbólico del
Valle en la historia de España.
A pesar del lenguaje conciliador de algunos prelados, lo cierto es que la polémica
en torno al Valle de Cuelgamuros revela tensiones más profundas: la pugna entre
una memoria democrática y una visión que aún justifica, celebra y hace apología de
la victoria y el dominio de unos españoles sobre otros, entre quienes defienden una
Iglesia al servicio del poder y quienes buscan una fe comprometida, a la luz del
Evangelio, con la justicia y la verdad.
Quienes se alinean con las enseñanzas de Jesús de Nazaret no pueden sino rechazar
que un monumento religioso sea utilizado para legitimar un régimen basado en la
represión y la desigualdad. Aspiramos a un mundo diferente, y a una religión que
esté al servicio de los humildes, no del poder económico o militar. La
resignificación del Valle de Cuelgamuros es, en este sentido, una oportunidad
histórica: no sólo para saldar una deuda con las víctimas del franquismo, sino
también para redefinir el papel del cristianismo en la vida pública.