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Guerra fría y guerra caliente de Clinton

Durante los meses pasados de enero y febrero, de forma alarmante creció la tensión provocada por la amenaza de los EE.UU. acerca de bombardeos aéreos sobre Irak. Cuando se escriben estas líneas parece que se aleja el peligro de tal intervención bélica de la primera potencia militar del mundo contra un país pequeño y relativamente atrasado, pero bien pudiera deteriorarse de nuevo la situación y concretarse la agresión.

La tensión, la amenaza, las gestiones diplomáticas, los ultimatums... todo ello parece retrotraernos al ambiente de la «guerra fría» de otro tiempo. Y, en realidad, de eso se trataba: de poner a punto un sucedáneo de la guerra fría que ya no existe. Algo que sirva para justificar la permanencia de una OTAN que no es necesaria. Y para que los EE.UU. puedan seguir ejerciendo su papel de gendarme mundial que se asignaron y sin el cual no pueden pasar. Y para ese sucedáneo de guerra fría necesitan también un sucedáneo de enemigo mundial para llenar el vacío dejado por el desaparecido bloque soviético. Habiéndolo encontrado en el Irak de Sadam Husein, los muchachos norteamericanos estan como niños con un juguete nuevo. Ya les ha servido para sacarse, hace siete años, la espina de la derrota de Vietnam en una guerra rápida y barata, en la que pudieron ensayar a gusto todos sus artefactos militares electrónicos, y ahora les sirve para hacer el papelón, cuando les apetece ir de salvadores del mundo.

El inefable Sadam les viene como un guante para el papel de malo de la película que le asignaron en el guión. Con su ataque militar a Kuwait en el verano de 1990, y la guerra que previamente había provocado contra Irán, el líder iraquí se ganó una merecida fama de agresor, que se complementa con su forma brutal de ejercer el poder, de la que fueron víctimas incluso miembros de su propia familia. Es, pues, un granuja de encargo, perfectamente capaz de hacer que resulten simpáticos los que se dediquen a combatirle. El ataque a Kuwait y la ocupación manu militari de ese emirato del Golfo Pérsico generó el rechazo internacional y facilitó la intervención norteamericana. Una actitud menos agresiva hubiese contribuido a que todo el mundo pudiera juzgar con más serenidad las razones de Irak. El mundo Árabe sí comprendía las razones políticas de la anexión de Kuwait y se identificaba con ellas. Se trata ba de avanzar en el proceso de reunificación de la nación árabe. Las fronteras actuales entre los diversos países Árabes son unas líneas artificiales trazadas por las grandes potencias, principalmente Gran Bretaña, en la época del acceso a la independencia árabe, y en función de los intereses petrolíferos de dichas potencias. Kuwait es una realidad política artificial y anómala que existe solamente por que así conviene a los grandes intereses económicos del sistema capitalista actual.

Cada cual se puede posicionar como le parezca con relación a la aspiración Árabe de realizar la reunificación política de su nación. Pero con arreglo a cualquier código justo de derecho internacional es indudable que los que sienten esa aspiración tienen tanto derecho a realizarla como, por ejemplo, los que aspiraban a la reunificación de Alemania. También la división alemana era una medida artificial dispuesta, en este caso, por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Pues bien, por la misma época de la anexión iraquí de Kuwait, se estaba procediendo a la reunificación de Alemania en el contexto del derrumbe del bloque soviético. Esta reunificación alemana gozaba de muy buena prensa en el mismo mundo occidental que le negaba ese derecho a los Árabes. Esto introduce un elemento extraño en el derecho internacional: hay reunificaciones lícitas (las que gozan de la bendición norteamericana), y otras que no lo son (las que contrarían los intereses petrolíferos de la primera potencia mundial).

USA ejerció entonces su dominio de indiscutible vencedora de la guerra fría para imponer a todo el mundo -incluso a países árabes- alguna forma de contribución económica en las operaciones contra Irak. En especial, todo el mundo debió contribuir económicamente para sufragar los gastos una guerra que sólo iba a beneficiar a la gran potencia mundial y a las corporaciones financieras e industruiales que se amparan en ella. El Gobierno español, presidido entonces por el dignísimo Felipe González, prestó gustosamente las bases militares en nuestro territorio a la utilización de los aviones que iban a bombardear las ciudades iraquíes.

Aquella guerra, recordamos, ocasionó numerosas víctimas y cuantiosos daños. Pero el bloqueo y las sanciones económicas a Irak, que perduran desde entonces, fueron causa de la muerte de un millón y medio de personas, entre ellas 750.000 niños menores de cinco años. Por lo visto, el sostenimiento del prestigio estadounidense en el mundo del «Nuevo Orden Internacional» y el mantenimiento de la guerra fría de Clinton exige esa sangría constante de víctimas humanas. Los antiguos ídolos Baal y Moloch, a los que se sacrificaban niños en esa región de Oriente Medio hace tres mil años, no exigían un tributo tan alto de víctimas infantiles como el que exige hoy el mantenimiento de ese ídolo moderno del sentimiento de superioridad norteamericana.

Y es esa potencia genocida, que hace algo más de un siglo exterminó a los indios que vivían en el territorio que hoy ocupa, que mantiene desde hace casi cuatro décadas el bloqueo a Cuba porque resiste a la explotación imperialista, y que no titubeó en usar la fuerza nuclear contra ciudades japonesas densamente pobladas, la que pretende hoy presentarse como salvadora de la humanidad y ejercer de policía mundial decidiendo quien es delincuente y quien está dentro de la ley, de la ley que ellos dictan a su gusto y conveniencia.

Esa potencia imperialista ensaya en Irak un modelo de intromisión que va desde la destrucción material de sus recursos a la anulación de su soberanía y su seguridad. Por si no bastase con las sanciones económicas que impiden al resto del mundo comerciar con ese país, y que tanto está contribuyendo a la aniquilación física, moral y psicológica del pueblo iraquí, Ú1timamente el presidente Clinton pretende forzar los pasos para convertir su guerra fría en una guerra caliente (compaginable con el alivio de otras calenturas que el hombre sufre) con el pretexto de que Irak no permite el control internacional de sus arsenales.

Al contrario de lo que ocurrió cuando la Guerra del Golfo, esta vez bastantes países niegan su apoyo a la agresión norteamericana. No es este el caso de España, cuyo actual presidente de Gobierno, el dignísimo José María Aznar, se apresuró a ofrecer gustosamente las bases militates en nuestro territorio para su utilización por los aviones que hubiesen de ir a bombardear las ciudades de Irak.

Pero es inevitable que a escala mundial crezca el rechazo y el desasosiego por la actitud prepotente norteamericana. No son los arsenales de Sadam Husein sino los de EE.UU. los que atemorizan y amenazan al mundo. Estos últimos son más potentes, más mortiferos, mejor surtidos y están verdadera y completamente fuera de cualquier control internacional. Irak no tiene capacidad industrial para la provisión de ningún tipo de armamento, ni químico, ni bacteriológico, ni nuclear, ni siquiera convencional. Si llegó a reunir una cierta cantidad de material de guerra es por que se lo vendieron, haciendo grandes negocios, los mismos que ahora pretenden que todo el mundo les pague por la operación de policía militar para librarnos de ello.

La forma en la que Clinton quiera pasar a la historia es cosa suya y depende de su actitud, pero el resto del mundo tenemos que tener claro que no nos concieme ni la guerra fría ni la(s) caliente(s) de ese señor. Y que el triunfo de la causa de la humanidad pasa hoy por poner fin al bloqueo económico que sufren pueblos como los de Irak y Cuba, y por poner freno con dignidad al avasallamiento y explotación a las que somete a todo el planeta la única potencia militar hegemónica.

Marzo de 1998