japonesas, más algunos magnates árabes del petróleo, fondos de inversión suecos y
financieros españoles del Opus Dei, por poner un ejemplo. Además una misma empresa
puede tener sus instalaciones y centros de fabricación y montaje repartidos por varios
continentes. Por lo demás, tras el derribo del bloque socialista, los oportunistas que
lograron hacerse con el control económico y político de aquellos países de Europa
Oriental se incorporaron, también ellos, al club de los explotadores del mundo y
sometieron a sus propios pueblos al grado de explotación que les corresponde por el
lugar que se les asignó en el conjunto del mercado mundial.
Sigue habiendo una feroz lucha entre grupos empresariales competidores (como la que
tiene lugar actualmente en nuestro país en relación a la televisión digital), y de esa lucha
pueden resultar grandes vencedores y grandes derrotados; también son frecuentes los
acuerdos de arreglo para el reparto del mercado disputado. Pero en todo caso los
competidores son multinacionales, es decir, que la victoria de un grupo sobre otro nunca
será la victoria de un país sobre otro. Esto evita las guerras inter-imperialistas y libra a
los explotadores de la motivación racista-nacionalista. Los grandes capitalistas del
mundo dejan de tener apego a tal o cual patria determinada. Muchos de ellos tienen
padres de distinta nacionalidad y ellos mismos nacieron en un país diferente al de sus
padres y además viven en otro lugar distinto al de su nacimiento y tienen amantes de
diversas razas, así como ex-esposas e hijos en países diferentes, es decir, que se está
formando una clase capitalista internacional sin nación y sin patria: mundial. Entre esta
gente ya no tendría ningún éxito el discurso racista de un Hitler.
E
stos do
m
inadores del
m
undo ya no tienen ni necesitan tener senti
m
ientos xenófobos
,
racistas
,
pero les sigue interesando que los tengan las clases do
m
inadas de todo el
m
undo. El odio
racial es un potente instrumento para perpetuar la división y el desencuentro entre los
pueblos explotados del planeta. Al capitalismo imperialista internacional le interesa
mucho la libre circulación de capitales y mercancías en la C.E.E. y el mercado mundial
en general, pero no desea en absoluto la libre circulación de trabajadores. Prefieren ellos
poner y quitar las industrias donde les convenga, buscando siempre los mercados de
trabajo más baratos, pero no les interesa la formación de una clase trabajadora inter-
nacional que tome conciencia de la hermandad de clase de todos los explotados del
mundo y los intereses comunes de todos los proletarios de la tierra por encima de las
diferencias nacionales, religiosas, lingüísticas, raciales y culturales.
Por eso a las clases dominadoras les interesa promocionar a políticos como Le Pen,
líderes de un fascismo en plan hortera para los infelices condenados a temer por la
pérdida de su puesto de trabajo. Se trata de infundir en las capas bajas de la población
una especie de racismo y odio contra los extranjeros basado en el temor a que le quiten
a uno el puesto de trabajo. Mientras, en los países musulmanes se fomenta otra forma de
xenofobia, en este caso de carácter religioso, el fundamentalismo islámico, con la
misma finalidad de establecer barreras, en este caso de tipo religioso, ideológico o
cultural, para mantener la división entre los pueblos. Los atentados que tienen lugar en
esos países contra los sectores liberales, caso de Argelia, o contra los cristianos coptos
como ocurre en Egipto, tienen entre sus efectos -y quizá entre sus objetivos- el de crear
entre las masas europeas un sentimiento de rechazo fácilmente extensible hacia toda la