Llegaron al poder en el otoño de 1982 tras una gran victoria electoral. Diez millones de
españoles confiaron en ellos fiando del eslogan «Cien años de honradez» con el que se
definía entonces el Partido Socialista Obrero Español. Incluso los que no votamos por
ellos, por preferir otras opciones de izquierda, confiábamos en que la victoria electoral
socialista iba a servir para cambiar muchas cosas en España, para introducir algo de
ética en el ejercicio de la función política, y sobre todo, para que se aplicase en algún
grado una política de izquierda.
El desengaño fue enorme. El Gobierno de Felipe González pronto mostró su decidido
propósito de no cumplir las promesas del PSOE sobre la salida de la OTAN; en realidad
hicieron un referendum para remachar nuestra permanencia en esa alianza imperialista
con todo lo que eso significaba. Por el mismo estilo fueron todas sus disposiciones
políticas y económicas; la reforma laboral y la de la Seguridad Social elaboradas por ese
Gobierno y aprobadas con su mayoría parlamentaria con el apoyo de las fuerzas
políticas de la derecha demostraron que los socialistas de Felipe González se inscribían
en la dinámica del capitalismo neoliberal que quería liquidar las conquistas sociales de
cien años de lucha obrera. Esto fue un desengaño para los que esperaban otra cosa, pero
el PSOE de Felipe confiaba conservar, como así fue, suficiente apoyo en las sucesivas
elecciones para seguir aplicando sin rubor su política.
No fue menor su renuncia en el tema de la ética, de la honradez. Los escándalos por
casos de corrupción pronto empezaron a salpicar al partido gobernante y a cargos
públicos elegidos por el Presidente del Gobierno. Al principio se molestaban en negar
su responsabilidad en esas ilegalidades aunque estuviese claro que mentían. Después,
cuando se demostraba la culpabilidad de destacadas personalidades del PSOE y de la
administración felipista se tenía al menos el decoro de hacer dimitir a los responsables,
cómplices y sospechosos. Así se produjeron las dimisiones de Alfonso Guerra, Mariano
Rubio, Luis Roldán, Sancristobal, Vera, Narcis Serra...
Tan decepcionante proceder de los sucesivos Gobiernos del PSOE lógicamente tenía
que ir erosionando el gran apoyo popular que ese partido lle a alcanzar. Sin embargo
el descenso de apoyo electoral no fue bastante profundo como para que perdieran el
poder político. De una u otra manera la camarilla felipista fue consiguiendo a lo largo de
trece años la posibilidad de seguir gobernando a los españoles.
Esta fidelidad a toda prueba de una parte considerable de su electorado, indujo a los
responsables del PSOE a creer que no tenían necesidad de tener un cuidado especial con
la política que realizaban y la forma en que la realizaban. Si debido a la gravedad de los
escándalos que se iban produciendo se detectaba inquietud en el país, con ocasión de
cada nuevo proceso electoral los candidatos socialistas y en especial el Presidente
Felipe prometían que se iban a tomar drásticas medidas para combatir la corrupción, y
dejaban entender que se iba a corregir el rumbo político en un sentido izquierdista.
Pero esos buenos propósitos pronto eran olvidados tras las elecciones. Se seguía gober-
nando exactamente igual que lo hubiese hecho la derecha, y de hecho se apoyaban en
fuerzas de derechas como los catalanes de Pujol para desarrollar la política que satisface
a todas las fuerzas de derechas así nacionales como internacionales. Y la corrupción y
las ilegalidades desde el poder siguieron invariablemente. Y lo peor de todo es que des-
de el mismo poder que tenía la obligación de combatir esa ilegalidad se pusieron trabas
para entorpecer la acción de la justicia e impedir que fuesen castigados los culpables.
Considerando que en EE.UU. se entabló proceso contra Hilary Clinton, esposa del Pre-
sidente, por su posible responsabilidad en una ilegalidad, y que en Italia se está proce-
sando a tres expresidentes del Gobierno, Berlusconi, Andreotti y Bettino Craxi por di-
versos delitos, como lo está siendo en Colombia el Presidente Ernesto Samper por su
relación con el narcotráfico y no hace mucho fue procesado por corrupción el Presidente
de Venezuela Carlos Andres Pérez, y también un expresidente mejicano, tenemos que
constatar que en esto y en otras cosas España es diferente. Aquí no se puede empapelar
a Felipe González que es tan culpable como todos ellos, y sigue en libertad Juan Guerra
a pesar de que varios tribunales establecieron su culpabilidad en varios delitos, como lo
está Mariano Rubio, Mario Conde, Javier de la Rosa y otros sinvergüenzas. Por las difi-
cultades que el Gobierno pone para el esclarecimiento de los hechos no prosperan los
procesos por los casos GAL y FILESA, y ni siquiera se pudo emprender una investí-
gación sobre las escuchas ilegales del CSID. Y además de no poderse esclarecer la res-
ponsabilidad del Presidente Felipe en esos escándalos, él, ciscándose en todas las nor-
mas éticas elude asumir la clarísima responsabilidad política que le incumbe.
El Presidente Felipe llegó a tal nivel de desfachatez que se permite insultar a los
españoles que tienen cierta sensibilidad sobre estos temas, y tan seguro se siente de que
lo seguirá apoyando una gran parte del electorado que incluso lleva su descaro hasta
presentar como candidatos en las listas del PSOE para las próximas elecciones a altos
inculpados en los escándalos del CSID como Narcis Serra, y de FILESA como Pascual
Sala, e incluso al exministro Barrionuevo actualmente sometido a proceso por su
responsabilidad en el terrorismo de los GAL.
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o cabeza de lista el gran culpable de todas las
fechorías tramadas desde el poder político durante más de un década: Felipe González,
flanqueado por la pandilla de implicados en todos esos escándalos. Con ese acto
lograron que su partido pusiese la cara por los malhechores que lo siguen dirigiendo.
Consiguieron que el PSOE se hiciera cómplice y asumiera toda la basura producida
durante el período felipista. Y ahora se pretende que se haga cómplice de ese deshonor
todo el país haciendo que una gran parte de ciudadanos españoles voten a los
implicados en los casos GAL y FILESA apoyándolos contra la justicia.
Es como si, con toda petulancia, el capo Felipe le dijese al país que aunque es posible
que la justicia acabe dictaminando que son culpables de las acusaciones que se les
hacen, van a demostrar que a pesar de todo gozan del apoyo de una partee enorme de los
ciudadanos españoles, que los van elegir a pasar de todo, o más exactamente a causa de
lo que hicieron y de lo que se supone que hicieron.
Se trata de que el país apruebe lo que se hizo y se haga copartícipe de ello. Que el país
demuestre que los políticos que le gustan son precisamente los pillos que aparecen en
esas listas y no la gente honrada que figura en otras listas o la que no consiguió figurar
en las del PSOE. Sc trata de demostrar una vez mas de que en España sigue siendo la
hora del triunfo de los sinvergüenzas, y que no tienen nada que hacer los soñadores que
se empeñan en combinar la política con la honestidad.
Los resultados de anteriores elecciones parecen darle la razón a esa idea: que aquí se
pueden cometer toda suerte de desmanes desde el poder sin peligro de castigo, y que
además se premia a los culpables. Esto es muy grave, porque si se sigue primando al
tipo de políticos desaprensivos como los que figuran en las candidaturas de Felipe Gon-
zález podemos acabar no teniendo más que ese tipo de gobernantes, y nos los tendremos
muy merecidos. De hecho, Aznar está tomando muy buena nota y ya promete que si al-
canza el poder procurará pasar la página del GAL y no reabrir investigaciones sobre ese
caso. Una mano lava a otra; hoy por ti y mañana por mí. Los gobernantes del PP podn
sentirse tranquilos de funcionar como lo hicieron los del PSOE si se confirma la ten-
dencia a hacer la vista gorda y no castigar a los delincuentes políticos. La principal víc-
tima de tal degradación de la ética política sería nuestro sistema democrático.
Los comunistas, que tanto nos jugamos en la implantación de las libertades en España
estamos seriamente preocupados par la perversión de las instituciones democráticas.
Este tema puede preocuparle menos a los que se incorporaron tarde, mal y nunca a la
lucha contra el franquismo y que están siendo hoy, paradójicamente, los principales
beneficiarios del cambio político en nuestro país.
En las manos de los ciudadanos españoles se encuentra la posibilidad de poner remedio
a esa situación.
Febrero de 1996