Hace unos meses tuvo lugar en Francia un amplio movimiento social de rechazo de
unas leyes laborales regresivas que quería implantar el Gobierno de ese país. La
movilización de los ciudadanos franceses, principalmente los jóvenes, fue especial-
mente agresiva contra las leyes sobre el empleo juvenil.
El resultado de esa agitación social fue que el Gobierno galo tuvo que envainársela y
retirar su proyecto. Sin llegar a grandes actos de violencia, la población francesa supo
hacer llegar a su Gobierno el mensaje de que tal legislación no iba a poder pasar ya que
una gran parte del pueblo estaba dispuesta a impedirlo por todos los medios.
Todo esto es de gran interés para nosotros, los españoles, pues en nuestro país el
Gobiemo elaboró un Plan Laboral en la misma línea que el del país vecino, con un Plan
de Empleo Juvenil tan regresivo y antisocial como el que fue rechazado por la
población francesa. Y también aquí, en España, se intentó articular la resistencia para
impedir la aplicación de unos planes restrictivos. Pues bien, la movilización social en
España fue, está siendo, un gran fracaso. Conviene que analicemos porqué.
Para situamos en el contexto histórico en el que se dan estas luchas, tenemos que
recordar que las citadas leyes gubernamentales persiguen la finalidad de avanzar en la
liquidación del llamado Estado del Bienestar. Implantado en los países de Europa
Occidental, y vigente desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el Estado del
Bienestar se caracterizó por: la garantía del crecimiento continuo de los salarios
directos, el pleno empleo, la cobertura a las contingencias sociales a través del salario
indirecto con las prestaciones de la sanidad pública asi como de los servicios blicos
(educación, servicios sociales, transportes...) y las jubilaciones y pensiones y subsidios
de paro. Todos esos derechos no se lograron por casualidad, ni fueron un regalo de los
gobiernos o de las clases poseedoras. Por una parte se trata del resultado de la larga
lucha emancipadora de los trabajadores. Pero tampoco hay que olvidar los aspectos
negativos del Estado del Bienestar. Su concreción fue también el resultado de un gran
pacto entre los gobiernos, los dirigentes empresariales y los potentes sindicatos de
Europa Occidental, por el que se garantizaban esas conquistas sociales a cambio de
conservar la estructura capitalista de la economía, y así evitar la inminencia de una
revolución socialista, vista favorablemente por una parte importante de la población.
A lo largo de la etapa de construcción del Estado del Bienestar en Europa se fue
desarrollando una mentalidad consumista, individualista, con un debilitamiento
continuo de la idea de solidaridad, perdiéndose la perspectiva de una posible y deseable
transformación de la estructura económica. Este proceso tiene lugar en gran medida
gracias a que una buena parte de la plusvalía obtenida por Europa Occidental -de la que
se benefician tanto las ganancias del capital como los salarios directos e indirectos de
los trabajadores- proviene de la explotación del Tercer Mundo, que por el contrario se
hunde en el empobrecimiento, creciente endeudamiento y deterioro ecológico.
Actualmente, tras el hundimiento de los regímenes comunistas del área soviética,
definitivamente conjurado en Europa el peligro de una revolución socialista, las
corporaciones capitalistas se sienten lo bastante fuertes para imponer a los gobiernos
una política de liquidación paulatina y progresiva de las garantías del Estado del
Bienestar con la finalidad de aumentar la tasa de beneficios del capital.
Lo que se está poniendo a prueba en ese proceso es la capacidad de resistencia de los
trabajadores para contrarrestar la ofensiva de nuestros enemigos de clase. Ya hemos
visto que la ciudadanía francesa puede alcanzar victorias en esa lucha de resistencia.
Algo parecido pasa en otras zonas de Europa: hace unos años, ante la contundente
movilización de los mineros ingleses masivamente secundada por amplias masas de la
población de su país, el Gobierno británico se vio obligado a renunciar a su plan del
cierre de pozos mineros.
Pero también en esto España es diferente. Para empezar, aquí es nada menos que un
Partido Socialista el encargado de realizar una política especialmente concebida a favor
de los intereses del gran capital. Después, está el hecho de que gran parte del electorado
de este país -entre el que se encuentra una gran masa de trabajadores, pensionistas y
parados- apoyan con su voto a un partido como el de F. González con una política
claramente derechista o a un partido, como el P.P., de la derecha pura y dura. Y
finalmente, está nuestra neta incapacidad para contrarrestar esa política. Esta
incapacidad para una resistencia eficaz se debe no solamente -aunque también- a nuestra
pequeña fuerza electoral, pero sobre todo a la insuficiencia de las movilizaciones que
emprendemos. El día 28 de Junio tuvo lugar en Oviedo la manifestación regional,
convocada por los sindicatos, por el empleo.
Las fuerzas convocantes pensaban reunir 20.000 manifestantes, cifra nada exagerada
teniendo en cuenta la magnitud de la población asturiana y la gravedad de la crisis que
nos afecta. Pues bien, apenas se consiguió que participara en este acto la cuarta parte de
la cantidad prevista. Los cinco mil manifestantes de Oviedo del 28 de Junio representan
un porcentaje muy bajo de la población asturiana. En el mismo momento de la
manifestación había un gentío igual o mayor en la playa de Gijón.
Y lo mismo ocurría en otras playas y otros lugares de recreo de nuestra región. En
Oviedo mismo, en las calles adyacentes al desarrollo de la marcha, ignorando por
completo de nuestra manifestacn y los motivos que la originaron, la mayor parte de la
población de la ciudad estaba haciendo vida normal, paseando, de compras, en las
cafeterías, o esperando la retransmisión de los partidos de la Mundial de Futbol.
Y sin embargo esa manifestaci6n, al igual que la Huelga General del 27 de Enero,
tenían tras de un gran esfuerzo organizativo y propagandístico de los sindicatos.
Puede decirse que, de alguna manera, esas movilizaciones constituyeron, a pesar de
todo, éxitos sindicales. Éxitos de movilización sindical, pero fracasos de movilización
social. Es decir, que hoy por hoy los sindicatos constituyen en nuestro país las únicas
estructuras importantes de articulación de la sociedad civil. Los demás movimientos
sociales son todavía algo muy embrionario y marginal, y carecen de capacidad para
movilizar a amplios sectores de la población. Y esta situación está cambiando para peor.
Los sindicatos tienden a perder fuerza a medida que cada vez más trabajadores pasan a
engrosar las filas del paro. Además la gran empresa, donde los sindicatos tienen gran
implantación y posibilidades de acción, está siendo desmantelada en favor de pequeños
talleres donde es dificilísimo articular la organización de los trabajadores. Por otra parte,
también los sindicatos están sufriendo los efectos desmovilizadores de este sistema con
gran influencia ideológica.
Ese es el problema: los recursos de influencia ideológica del sistema (prensa, T.V.,
radio, cine, literatura...) tienen una gran capacidad de condicionar la mentalidad de gran
parte de la población. Un colectivo social no estará presto a movilizarse por la mejora
de su situación si previamente no tiene fe en las posibilidades de mejora y en su propia
capacidad para promoverlas. En este sentido puede decirse que la transformación de la
realidad económica y social del sistema requiere una previa transformación interior de
la persona que debe jugar un papel en el proceso de transformación social. La diferencia
de esa concienciación y esa madurez mental entre la población de nuestro país y la de
otros países europeos es la explicación de los diferentes resultados obtenidos en las
movilizaciones sociales. En realidad, los trabajadores españoles no están peor dotados
que los de otros países para luchar por sus reivindicaciones. Las movilizaciones del
Sector Naval, Duro Felguera, Santana Motor, Santa Bárbara, etc. demuestran que los
trabajadores de nuestro país saben luchar con coraje por la defensa de sus puestos de
trabajo. Lo que falla en nuestro caso es la concreción de la solidaridad social en torno a
los perjudicados de cada momento: los que trabajan no se solidarizan con los parados,
los que no tienen problemas son insolidarios con los trabajadores de empresas en crisis,
los trabajadores en activo no se solidarizan con los pensionistas, ni con la juventud sin
trabajo, la población autóctona no se solidariza con los inmigrantes, ni con los pueblos
explotados del Tercer Mundo, los trabajadores de ENSIDESA vimos el escaso eco que
tuvieron en la región y en el resto del país nuestras movilizaciones intentando salvar la
siderurgia española.
Así, la insolidaridad con otros colectivos castigados recae sobre los insolidarios
mismos. Tenemos que cultivar y potenciar el arma de la solidaridad humana. Hemos de
recordar que todos los perjudicados de este sistema somos víctimas de la misma clase
sobre-explotadora, del gran capital monopolista mundial, y que contra él hemos de
dirigir todo nuestro esfuerzo, en la confianza de que no es inútil nuestra lucha, y en el
convencimiento de que nadie nos va a regalar nada sin esa lucha.
Julio de 1994