En nuestro país esas fluctuaciones operan de manera distinta (en lo que se refiere al
mercado de productos siderúrgicos) a la del resto de países europeos. Mientras nuestra
producción decae sin cesar, las importaciones de productos siderúrgicos aumentan
también constantemente. Si en las fases recesivas el deterioro de la producción
siderúrgica es mayor en España que en el resto de los países de la Comunidad
Económica Europea, y en las fases expansivas nuestras empresas no se benefician, o se
benefician menos que las de otros países, eso no ocurre por casualidad, ni por
incapacidad de nuestras industrias ni porque nuestros productos sean
m
ás caros
. L
a causa
de la decadencia de nuestra siderurgia reside en las condiciones pactadas por nuestros
“hábiles” gobernantes para la entrada de España en el Mercado Común Europeo.
En el reparto de mercados a escala europea se decidió que a la industria siderúrgica
española había que aplicarle una drástica disminución de produccion. Los sucesivos
planes de reconversión industrial aplicados en ENSIDESA y en otras empresas
siderúrgicas españolas, que supusieron la perdida de una gran cantidad de puestos de
trabajo directos e indirectos, deben ser situados y comprendidos en ese contexto. Las
autoridades españolas se atuvieron escrupulosamente a los términos de ese
redimensionamiento de capacidad industrial que les imponían desde Bruselas. Esto
sirvió para la potenciación industrial de otros países europeos, dándose incluso el caso
de que algún país, como Italia, que debería recortar su producción, según los mismos
acuerdos, resulta que no se atuvo a lo pactado, e incluso aumentó considerablemente su
producción siderúrgica. Por la resistencia de esos países a la reducción, se ha llegado a
la ruptura de la negociaciones para la reestructuración de la siderurgia europea, pero
España llega a esa situación en una posición muy desventajosa para aprovechar las
posibilidades del ciclo expansivo que comienza.
H
oy nos encontra
m
os con la triste herencia
,
el futuro de penuria y la ruina de i
m
portantes
regiones industriales -como Asturias-, que los Gobiernos de Felipe González dejan a la
nueva generación de españoles. Será muy difícil, si no imposible, sacar a la industria
siderúrgica española (y a otros sectores productivos de nuestro país) del pozo en que la
sumieron los equipos de incompetentes que gobernaron en este país desde 1982. El
diagnóstico que nos merece la actual situación de la siderurgia española no puede ser
más pesimista.
Los estímulos del proceso de producción de la siderurgia integral son: 1°) en lo
inmediato, las necesidades, los pedidos, de las industrias de transformación, que
elaboran productos más acabados y con mayor valor añadido. Y 2º) en lo remoto y
definitivo, las necesidades y demandas del consumo, que actúan sobre todas las
industrias. Pues bien, ya vimos que las necesidades mundiales de acero no disminuyen,
sino todo lo contrario. Y en lo que concierne a nuestro país se puede decir otro tanto
pues como también vimos las importaciones de productos siderúrgicos crecen a medida
que disminuye nuestra producción. Es muy significativa a este respecto la evolución
registrada en nuestro país desde 1985 a 1990: la producción siderúrgica española fue en
1985 de 14,2 millones de toneladas, de las cuales se exportaron aproximadamente 7,8
millones de toneladas, mientras que las importaciones de acero en ese año no alcanzaron
los 1,5 millones de toneladas. Cinco años más tarde la situación se había deteriorado a