movimientos fascistas que se oponen a esos ideales, y se reelige a políticos como
M. Rajoy que postulan el sometimiento a los poderes financieros que dominan en el
mundo, apoyan el capitalismo y rechazan la emigración de refugiados extranjeros.
Se les vota precisamente por eso.
La campaña electoral del P.P. fue muy certera y sabia. La propaganda televisada de
los mítines de ese partido insistía en que votar por la candidatura de la coalición
izquierdista significaba apoyar un poder que pondría a nuestro país en peligro de
verse como Venezuela y Grecia. El mensaje que esa propaganda pretendía sembrar
en el subconsciente de las masas era que si se desafiaba a los poderes financieros
internacionales que los partidos del sistema representan, como hicieron los dos
países mencionados, España corría el peligro de sufrir parecidas dificultades a las
de Venezuela, donde faltan los productos más necesarios, las medicinas… o como
Grecia, que fracasó en su intento de aliviar el pago de la deuda y además tuvo que
reducir las pensiones. A los dominadores del sistema capitalista les interesa mucho
que en los países donde se les desafía, todos los asuntos funcionen mal, que la
población sufra grandes penalidades y dificultades, y procuran, por todos los
medios que les proporciona su poder, provocar esas dificultades. Así ocurrió en
Cuba durante muchas décadas, en Venezuela, Boliva, Brasil, Grecia…
Gran parte de la población española, aunque de manera no totalmente consciente,
tomó buena nota de esa amenaza. Pero es que, además de la gente que siente miedo
a emprender caminos sin retorno, está también la que no quiere emprender esa
senda. Muchos explotados del capitalismo, no aspiran a suprimir ese sistema.
Mucha gente que perdió su trabajo y su vivienda, o que no lo encuentra, quiere
solucionar su problema, pero dentro del sistema, no se plantea rechazarlo. Muchas
personas perjudicadas de una u otra manera por los dominadores del sistema, se
sienten verdaderamente representados por los gestores del sistema. Rajoy, el
Partido Popular, los banqueros, la curia vaticana, la OTAN, todos los símbolos del
poder del sistema, son respetados por una gran parte de las víctimas del sistema,
que se sienten reprentados por esos poderes, y reaccionan en su defensa cuando se
les amenaza y se proponen alternativas al mismo. A esa actitud los psicólogos lo
llaman “síndrome de Estocolmo”.
Fue ese tipo de reacción lo que puso fin al hasta entonces imparable ascenso de
Podemos y sus aliados. Hasta entonces esa organización política no había des-
pertado mucho temor y rechazo. Al pricipio se apoyó a sus candidaturas como una
manera de protestar contra los exagerados abusos del poder y para castigar un poco
al Gobierno derechista. Fue la etapa “transversalista” de Podemos, cuando no se
definía como una organización de izquierda. Aquellos muchachos simpáticos,
relativamente jóvenes, no parecían capaces de poner en peligro al sistema. Introdu-
cían un poco de aire fresco en el marasmo de la política española, y eso era bien
visto por todo tipo de personas, incluso de personas sin una gran conciencia de clase.
Pero esa ambigüedad no podía durar indefinidamente. Se impuso la tozuda realidad
de la lucha de clases; la clase dominante vio el peligro y reaccionó. La gente que,
explotada o no, se siente identificada con el sistema y no desea cambiarlo, percibió