Nuestro grupo de Cristianos de Base, en su reunión de octubre, se propuso profundizar en
la enseñanza del texto evangélico de Marcos 9, 33-40. A modo de presentación del tema se
había presentado un texto, que se incluye en este boletín, en el que se resalta la importancia
del clericalismo como factor responsable de la tradicional marginación del Evangelio por
parte de la(s) iglesia(s) organizada(s). Cuanto más se fue empoderando el estamento clerical
tanto más se fue acentuando el secuestro del mensaje de Jesús.
E
l caso es que Jesús
m
is
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o nos había advertido contra esa defor
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seguidores
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arcos 9
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33
-
40
nos pone en guardia contra esa
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ala gestión
eclesial. Decidimos, pues, que ése sería el tema de nuestro debate, y además, la celebracn
eucarística que tuvi
m
os al final de la reunión versó sobre ese texto de
M
arcos
,
y todas las
lecturas
,
plegarias
,
etc
.
de la celebración
,
estaban orientadas a ilustrar y extraer enseñanza de
ese pasaje evangélico. Se puede ver el guión de la celebración eucarística en la dirección:
http://188.171.161.205/~faustino/bibio/eucaristias/eucaristia%20octubre%202024
Entre otras cosas, algunas de las intervenciones en nuestro debate insistieron en que la
enseñanza que muchos párrocos imparten en sus homilías de las misas son decepcionantes
y no se atienen al mensaje de Jesús que deben predicar y divulgar. Se limitan a transmitir
las tonterías que les enseñaron en el seminario hace cuarenta o cincuenta años, y el mensaje
del Evangelio queda marginado, ignorado…
Pero la decepción mayor se refiere al Sínodo de la sinodalidad que está teniendo lugar. Ese
proceso sinodal fue concebido y convocado precisamente para afrontar la escandalosa
realidad de una estructura clasista de la Iglesia Católica. Un tipo de organización eclesial
basado en rangos y distinciones que contradicen radicalmente el espíritu del Evangelio.
Es decir, en teoría el Sínodo debería poner fin al abusivo poder episcopal. Pero por su
propia constitución, los sínodos son asambleas episcopales, no eclesiales en general. Son
los obispos quienes tienen voz y voto en los sínodos. En el actual de la sinodalidad, como
un favor que se nos concede graciosamente a los laicos y al bajo clero, se nos permitió
opinar y hacer propuestas en las primeras fases del proceso sinodal. Pero desde el principio
se vio que la jerarquía eclesial no estimuló la participación de la base eclesial en el proceso.
Aunque no abiertamente, se procuró la indiferencia e incluso el desconocimiento del
laicado sobre el Sínodo y su finalidad.
Como toda clase social privilegiada, el alto clero defiende sus prerrogativas y procura por
todos los medios que no se toque la estructura eclesial que es la base y marco de su poder.
Quizá la conclusión del Sínodo sea algún cambio en el tema de la situación de la mujer en
la Iglesia y la supresión del celibato de los religiosos, y eso nos lo intentarán vender como
un gran avance. Pero el Evangelio seguirá marginado, Jesús y su mensaje seguirán
secuestrados por el “Magisterio” eclesial. Éste seguirá ocultándonos al Jesús que destestaba
a los mercaderes, el Magisterio eclesial es un puntal ideológico del sistema de dominación
imperante, el capitalismo que se basa en el mercado.
Dado que que el Sínodo aún no culminó, el tema puede ser retomado para alguna reunión
posterior. Para la reunión de noviembre se propone profundizar en el problema ecológico y
su relación con el cambio climático. En esta reunión de octubre ya se abordó esa proble-
mática y se vio que, a nivel social, no se la está afrontando debidamente.
B
oletín nú
m
. 66
- 14 de octubre de 2024
Este breve pasaje del texto evangélico de Marcos tiene, a mi entender, una gran
relación con la actual problemática eclesial en general y muy concretamente con la de
nuestra Iglesia Católica. No es sólo que los católicos, como toda iglesia y secta
cristiana en general, nos consideremos la única religión verdadera y la única tabla de
salvación. Es que además está el problema del clericalismo, es decir, el tipo de
organización jerárquica vertical que la Iglesia se dio. El término Εκκλησία,
«Ekklesia», etimológicamente significa «Asamblea». Pues bien, por su manera de
funcionar, la institución eclesial es lo menos asambleario que se puede imaginar.
El Código de Derecho Canónico es el conjunto ordenado de las normas jurídicas que
regulan la organización de la Iglesia, la jerarquía de gobierno, los derechos y
obligaciones de los fieles, los sacramentos y las sanciones que se establecen por la
contravención de esas normas. La actual versión de ese Código, así como las anteriores
en las que se basó, y lo que fue la práctica eclesial desde ya muy antiguo, es una
elaboración del estamento clerical con una nula participación de la membresía eclesial.
Esa reglamentación asigna todos los poderes y funciones de la iglesia al aparato de
poder clerical que la elaboró. Se puede decir que la clerecía se inventó a misma y se
asignó toda la autoridad en la asamblea cristiana que se dice fundada por Jesucristo.
El texto de Marcos citado nos cuenta que los discípulos de Jesús discutían sobre la
primacía dentro del grupo. Hay otras menciones en el Evangelio sobre esa cuestión.
Aquellos primeros seguidores de Jesús ya tenían ambiciones. Otro pasaje evangélico
nos cuenta que la madre de dos ellos pidió al Maestro privilegios para sus hijos.
(Mateo 20, 20-28). Aquellos discípulos, al igual que todo el pueblo judío en general,
tenían sobre el reino del Mesías una idea que se había ido formando durante varios
siglos antes de nuestra era. Se pensaba que el esperado Mesías sería un rey poderoso
que no sólo liberaría al pueblo judío de dominación extranjera como la de los romanos
sino que además conquistaría un imperio parecido para los judíos. En resumen, un
reino como los de este mundo.
Jesús era una figura carismática que inspiraba confianza, y muchos presentían que era
el Mesías esperado. Los discípulos a quienes él pidió que le siguieran se consideraban
dichosos pensando que estaban bien colocados cerca de un centro de poder. Incluso
hubo algunos, como vemos en Juan 1, 35-42, que sin ser ellos llamados expresamente,
se las arreglaron para introducirse en el círculo de discípulos. También ellos ansiaban
el poder que parecía prometer aquel Mesías.
Jesús quiso aclarar que su reino no era como los de este mundo, y que en la asamblea
de sus seguidores es más importante el que sirve a los demás. Es significativo, y muy
ilustrativo para nuestra época, el que mostrase a un niño como prototipo de persona
necesitada. En la sociedad de su tiempo los niños, y especialmente las niñas, eran el
personal más indefenso, sin derechos… Precisamente el servicio y apoyo a las
personas más necesitadas es lo que otorga rango ante los ojos de Jesús. No han
entendido nada sobre esto quienes, en nuestra época, apoyan a las fuerzas políticas que
promueven el rechazo a los inmigrantes y aplican despectivamente el título de “menas”
a los menores, los más necesitados e indefensos del mundo de la inmigración. Es
motivo de escándalo el que asuman la promoción de esas fuerzas políticas algunos
obispos de nuestro entorno católico.
Aparte de los dos tipos de discípulos mencionados, y que parecían buscar rango y
poder según el criterio de los reinos de este mundo, el texto de Marcos 9, 22-40
presenta un tercer tipo de discípulo, que pasa desapercibido precisamente por no
buscar rango y poder. Aquel individuo, al que se refería Juan, no era de los suyos, pero
se dedicaba a hacer una cosa que Jesús había encargado a sus discípulos. Lo de
“expulsar demonios” lo podemos entender como aliviar el sufrimiento humano,
acompañar solidariamente a las víctimas de los males que aquejan a las personas… A
aquel individuo anónimo, le bastó escuchar el Sermón de la Montaña, la enseñanza que
Jesús impartía, para comprender que aquel mensaje procedía de Dios, que aquel
Maestro era el Mesías que tenía que venir, y que aquel mandato concernía a todo el
que lo escuchase y lo entendiese.
Los discípulos “oficiales” tardaron en aprender eso, y lo empezaron a olvidar muy
pronto. Muy pronto tras la desaparición del Maestro, los varones del grupo se
desembarazaron de las mujeres que habían acompañado a Jesús y que también eran
discípulas suyas. En el libro de los Hechos de los Apóstoles no se nombra ni una sola
vez a María Magdalena, cuyo nombre, sin embargo, aparece en los Evangelios más
frecuentemente que el de algunos discípulos varones como Santiago, Andrés, Tomás…
En el mismo libro (Hechos 6, 1-5) aparece la descripción de lo que puede considerarse
el origen de la función clerical en el ámbito cristiano, la elección de unos primeros
sucesores todos varones, por supuesto de los apóstoles, a quienes éstos les
impusieron las manos, un gesto que prefiguraba ya lo que con el tiempo se convertiría
en la ordenación sacerdotal y episcopal.
Empezaba a concretarse lo que llegaría a ser una separación abismal entre clérigos y
laicos. Con el tiempo la clerecía se fue sobrecargando de poder y funciones de las que
estaban excluidos los simples bautizados. La jerarquía eclesial se autodefinió como un
“Magisterio”, además infalible. Se atribuyó la facultad de definir dogmas para recetar
lo que la gente debía creer, y de organizar ritos y sacramentos cuya administración está
especialmente diseñada para resaltar la figura y el rol del ministro clerical celebrante.
El pueblo cristiano estuvo durante casi dos milenios totalmente anulado por ese
estamento privilegiado.
La magnitud del desfase es de tal envergadura que incluso la misma jerarquía eclesial,
al más alto nivel, comprendió, consciente o inconscientemente, que esta estructura
organizativa no se puede ajustar al modelo que Jesús contemplaba para la asamblea de
sus seguidores. La convocatoria del Sínodo de la Sinodalidad responde a esa toma de
conciencia. Otra cosa es que la institución eclesial sea capaz de corregir unas
deficiencias tan arraigadas. Se está percibiendo, desde el comienzo del proceso
sinodal, que el estamento clerical, de forma mayoritaria y a todos sus niveles, está
oponiendo una feroz resistencia al tipo de reformas que quiere implantar el papa
Francisco. Las autoridades religiosas no promovieron en absoluto la participación de
los laicos en el proceso sinodal en el nivel que les correspondía. Aunque parezca
increíble, muchos/as católicos/as practicantes que acuden regularmente al culto en los
templos no oyeron ni una palabra sobre el Sínodo en su ámbito parroquial. Es de temer
que aunque se explique a esa gente el tema del Sínodo y la finalidad que persigue,
muchas personas no lo comprenderían y no verían la necesidad de cambiar algo que
“siempre fue así”. Ya ocurr algo parecido con ocasión del Concilio Vaticano II
aunque entonces, sin embargo, había más información. Ocurre que el laicado fue a
propósito mantenido en la ignorancia en provecho del estamento clerical en la Iglesia y
de las clases dominantes en la sociedad.
Incluso los escasos sectores laicos que tomaron conciencia de la finalidad del Sínodo y
participaron con sus propuestas en las fases en las que podían intervenir, lo hicieron y
lo siguen haciendo de una manera que no va a contribuir en absoluto a la necesaria
reforma. Es una opinión particular mía que nadie tiene por qué compartir, pero no
renuncio a expresarla. Una propuesta o reivindicación de muchos participantes es la
del sacerdocio femenino. Si concluimos que la existencia del sacerdocio, con todas sus
funciones cultuales, fue un invento de la propia clerecía para empoderar a su
estamento, la inclusión de mujeres en ese estamento, si se produce, no cambiaría la
naturaleza de la institución eclesial. Hay sacerdocio femenino en la Iglesia Anglicana y
sin embargo es tan clerical como la Católica Romana.
Es decir, incluso los más entusiastas partidarios de la reforma eclesial no están
cuestionando lo que debe ser cuestionado. Aparte del tema del sacerdocio femenino
está también el asunto de las parejas LGTB, las de divorciados/as y las de los clérigos
que abandonaron el celibato. En todos esos casos se postula algún tipo de bendición
eclesial de tipo de legalización matrimonial. Quienes piden eso o el sacerdocio
femenino parece que no se dan cuenta de que por el simple hecho de solicitarlo ya le
están otorgando a la jerarquía eclesial la autoridad moral y canónica para intervenir y
decidir sobre esos asuntos. Las personas implicadas en esas formas de matrimonio
“irregular” no necesitan ningún tipo de bendición eclesial para que su forma de
sexualidad sea legítima. Todas las formas de amor son benditas ante los ojos de Dios,
y ninguna religión tiene derecho a inmiscuirse en esos asuntos. La jerarquía de nuestra
Iglesia se auto-atribuyó potestad en ese y otros terrenos para sacar provecho de las
bendiciones y absoluciones que imparte: el negocio de las indulgencias y las misas
gregorianas. El Sínodo será algo inútil si no zanja total y definitivamente este asunto
de la intromisión eclesial en asuntos que no le incumben y que no tienen ninguna
relación con el proyecto de Jesús para la construcción del reino de Dios en el mundo.
Pues esa es la cuestión. Jesús impartió una enseñanza que sí, ciertamente, va al meollo
de la problemática humana. La finalidad para la que convoca a sus seguidores es la de
construir otro tipo de sociedad, en la que no se den los abusos y la explotación de unos
seres humanos sobre otros que se dieron y se siguen dando en nuestro desgraciado
mundo. Jesús se inscribe en la tradición profética que acometió esta problemática. Esa
tradición, que conocemos por el Antiguo Testamento, nos ilustra sobre la constante
contradicción entre el profetismo carismático y el sacerdocio profesional. A despecho
de la enseñanza del Maestro, la(s) Iglesia(s) que se dice(n) fundada(s) por él se
instalaron en el sacerdocio institucional cuya única misión es la gestión del culto, y
abandonaron el profetismo carismático, el encargo de Jesús de ser luz del mundo,
levadura y sal de la tierra para construir su Reino, que no es de dominio sino de
servicio a los necesitados. Esta es la enseñanza que extraigo del Evangelio y que tiene
mucha relación con el texto de Marcos 9, 33-40.
F. Castaño .
Octubre 2024
9 de octubre de 2024
.
José María Álvarez
. Miembro del Foro de Cristianos Gaspar García Laviana.
Está reunida la segunda sesión del sínodo, 2-27 de octubre. Llegarán a unas conclu-
siones cuyo texto será entregado al Papa. Por otra parte, también se sabe que se están
estudiando por encargo papal unos temas que se le entregarán antes de junio de 2025.
Parece demasiado tiempo el retraso. Puede que sea un signo más de la presión
conservadora clerical y laical ejercida, que no quiere cambios importantes en la
Iglesia. Será en el otoño del 2025 cuando el Papa escriba algo como consecuencia de
todo lo tratado en el sínodo
. É
l tiene
total libertad para hacer lo que crea conveniente
.
Creo que este es uno de los principales problemas de la Iglesia. Simplemente no
parece razonable que todo esté tan absolutamente en manos de una sola persona. Por
muchos asesores que tenga. Algunos no entendemos este modo de ver y ejercer la
autoridad, que fue lo característico de las formas absolutistas de gobierno del Antiguo
Régimen y que nuestra sociedad civil occidental ha superado ya hace tiempo. Se
impone entender la autoridad en la Iglesia de otra manera. Dicho llanamente: es
necesaria una democratización de la organización y administración eclesiástica.
Este es un asunto totalmente “terrenal”. Como ha sido porosa en otros tiempos a los
modos de ser de la sociedad, también hoy lo debiera de ser. La iglesia debe ser
permeable a los signos de los tiempos que para la mayoría sean positivos. No
haberlo sido ha apartado a muchos de la Iglesia. El gran problema, tenemos que
reconocerlo, es que la gran mayoría de los fieles se encuentran a gusto con esta
Iglesia, tan poco atractiva para algunos, que se salen de ella o que no entran.
Uno de los temas muy importantes hoy en la sociedad y en la iglesia es situar como
corresponde en ella a las mujeres. A este va unido otro también decisivo: el modo de
entender en la Iglesia la autoridad, que tal como se hace ha dado origen al
clericalismo y a la mentalidad patriarcal, que produce como consecuencia el maltrato
que algunas mujeres sienten hacia ellas en la Iglesia. De estas dos cuestiones se habla
en los párrafos 13 al 18 del documento INSTRUMENTUM LABORIS del 2024.
El
número 14
se cita una frase que aporta una Conferencia Episcopal latinoamericana:
«Una Iglesia en la que todos los miembros pueden sentirse corresponsables es
también un lugar atractivo y creíble». Cada uno verá si su iglesia, diocesana,
española y universal, es o no atractiva y creíble. Quizás la evolución de los creyentes
en España nos da una muestra significativa de la realidad.
Al principio del sínodo se habló mucho de lo pernicioso que era para la Iglesia el
clericalismo. Si no me equivoco, en este último INSTRUMENTUM LABORIS lo
aparece dos veces el término “clericalismo”. Sin embargo, lo que se hace con
contundencia es defender la autoridad tal como se entiende y se ejerce: las decisiones
quedan en manos de los mismos, de los ministros ordenados: el párroco, el obispo y el
papa, la autoridad jerárquica competente según el caso.
En el número 68 del IL se dice: «La elaboración es una competencia sinodal, la
decisión es una responsabilidad ministerial». Todavía lo recalca el N.º 70: «En una
Iglesia sinodal, la competencia decisoria del obispo, del Colegio Episcopal y del
Romano Pontífice es inalienable, ya que está arraigada en la estructura jerárquica de
la Iglesia establecida por Cristo». Sigue quedando muy claro quiénes son los que
deciden en la iglesia y, en consecuencia, también queda bien claro que en ella no
todos somos iguales. Y para colmo hay que admitir que así lo estableció Cristo. Es
así por “derecho divino”. Seguimos con la misma idea de mantener el concepto de ser
una Iglesia jerárquica, lo que significa la sacralización de la autoridad, una cosa
evidentemente tan humana. A la autoridad que expresa la voluntad de Dios ha de
corresponder una obediencia considerada como una actitud religiosa. Un asunto tan
humano queda protegido con un halo religioso de espiritualidad.
El problema no es solo el clericalismo, que en lo esencial se mantiene, es también la
mentalidad patriarcal que contamina el discurso eclesiástico como queda manifiesto
en el número el 15: “Las aportaciones de las Conferencias Episcopales reconocen
que son numerosos los ámbitos de la vida eclesial abiertos a la participación de las
mujeres. Sin embargo, también señalan que estas posibilidades de participación a
menudo no se utilizan”.
Hay que decir que el problema no es la participación sino el tipo de participación que
se les ofrece a las mujeres, y también en la mayoría de los casos a los laicos. No se
trata lo de “participación”, sino en qué y para qué. Se trata de participar como
participan los hombres, que siempre son curas. No se trata de hacer en la Iglesia el
“servicio doméstico”, digamos, aunque se incluya además en ello ser catequista,
lectora o lector en la celebración eucarística, impartir la comunión cuando hay mucha
afluencia, contar el dinero de las colectas… y tareas semejantes. De lo que se trata es
de una participación de liderazgo, participar en la toma de decisiones en plano de
igualdad con los hombres-curas, en los puestos de dirección en todos los ámbitos
eclesiales. Pero ya hablando de participación se acota hasta dónde se puede llegar,
citando palabras del mismo papa Francisco refiriéndose a las mujeres: su perspectiva
es indispensable (¡qué bien!) en los procesos de toma de decisiones y a la hora de
asumir roles en las distintas formas de pastoral y misión». Las mujeres, como los
hombres seglares, podrán estar en los procesos, en las conversaciones en el Espíritu,
en las discusiones o elaboraciones, en el discernir, en cualquier tipo de Consejo…, en
lo que sea, pero no en el decidir investidos de autoridad. Quien decide es el
sacerdote, sea papa, obispo o párroco.
Parece que se quiere como suavizar el autoritarismo jerárquico con lo que se dice en
el número 69: «En muchos casos, la legislación vigente ya prescribe que, antes de
tomar una decisión, la autoridad está obligada a realizar una consulta. Esta
consulta eclesial no puede dejar de hacerse y va mucho más allá de la escucha, ya que
compromete (no obliga) a la autoridad a no proceder como si no hubiera tenido
lugar». Pero cuidado, no vaya a ser que se mal entienda esto. No se preocupen las
autoridades eclesiásticas y atiendan bien todos: «La autoridad sigue siendo libre
desde el punto de vista jurídico, ya que el dictamen consultivo no es vinculante,
pero, si está de acuerdo, no se apartará de él sin una razón convincente. Él lo
considerará. Si lo hiciera, se aislaría del grupo de los consultados, constituyendo una
lesión al vínculo que los une. (Sería feo, vamos.) Todo esto suena a música
celestial. La autoridad siempre puede hacer lo que ella cree que es lo mejor.
También se quiere blanquear el autoritarismo pidiendo que se cambie el Código de
D
erecho
C
anónico
. C
uando afir
m
a que las opiniones son
sólo consultivas,
que se quite
lo de
lo
”,
que parece que quita todo valor a la consulta
. D
e todos
m
odos
,
la autoridad
nunca está obligada a seguir lo que le dicen los consultados. En resumen: se consulta
lo que la autoridad quiera y la consulta tendrá el valor que la autoridad le quiera dar.
Después se habla en el número 16 de que se debe someter al examen en la segunda
sesión, entre otras cosas: a) la promoción de espacios de diálogo en la Iglesia, para
que las mujeres puedan compartir experiencias, carismas, competencias, intuiciones
espirituales, teológicas y pastorales para el bien de toda la Iglesia; b) la participación
más amplia de las mujeres en los procesos de discernimiento eclesial y en todas las
etapas de los procesos de toma de decisiones (elaboración y toma de decisiones).
Como queda dicho, se queda en lo superficial.
También se habla de c) un mayor acceso a cargos de responsabilidad en las diócesis
y en las instituciones eclesiásticas, de conformidad con las disposiciones ya
existentes; (Por consiguiente, nada nuevo). d) un mayor reconocimiento y un firme
apoyo a la vida y a los carismas de las mujeres consagradas y a su empleo en
puestos de responsabilidad; (Es lo mismo, pero ahora se refiere a las religiosas.) e)
el acceso de las mujeres a cargos de responsabilidad en seminarios, institutos y
facultades de teología; f) un incremento en el número de mujeres que desempeñan el
papel de juez en los procesos canónicos.
Número 18 del IL. En general, la reflexión sobre el papel de la mujer pone de
manifiesto el deseo de un fortalecimiento de todos los ministerios ejercidos por los
laicos (hombres y mujeres). También se hace un llamamiento para que los fieles
laicos, hombres y mujeres, adecuadamente formados, contribuyan a la predicación
de la Palabra de Dios, también durante la celebración de la Eucaristía. Vale todo
lo que quieran, pero dentro de los ministerios bautismales y para las mujeres nada de
lo que sea propio de un ministerio ordenado, ni siquiera el diaconado. Mucho menos
el sacerdocio que algunas reivindican. Se pusieron sobre la mesa otros temas que
quedan marginados: celibato opcional, sacerdocio de casadas y casados, posibilidad
de ejercer para los sacerdotes secularizados…
¿Se llegará algún día a volver a discutir en la Iglesia sobre el sacerdocio como
sacramento? Hasta el concilio de Trento hubo debate sobre el número (desde 1 hasta
30) de sacramentos que fue larguísimo y con consecuencias dolorosas para el
cristianismo. El sacerdocio, tal como se está ejerciendo y se ha ejercido después de
que el Imperio Romano hiciera al cristianismo su religión oficial, poco o nada se
parece al ejercido por Jesús de Nazaret.
N
o debe sorprendernos el derrotero que esto
m
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S
ínodo de la
S
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s
cierto que su convocatoria llegó a suscitar una cierta esperanza de refor
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a en el sector de la base
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el proceso sinodal fue coartado por el sector dirigente de la institución eclesial: el esta
m
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ero eso no es nada extro
. S
i
,
de verdad
,
se trata de corregir el
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ultisecular desencuentro entre
la clerecía y el laicado, debe tenerse en cuenta que la causa de esa desunión es la naturaleza
episcopal de la institución eclesial
. T
oda la organización eclesial pivota sobre ese esta
m
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instancia al obispo de
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o
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,
que es quien lo convoca
,
lo puede suspender
,
quien acepta o rechaza
los temas a tratar y puede aceptar o no las conclusiones sinodales. Es él quien decidió la
inclusión de algunos laicos en el debate sinodal y quien eligió a las personas incluidas.
Un foro de esas características jamás asumirá la supresión del sector eclesial dominante. Se
repite hasta la saciedad la fórmula de “marchar juntos” pero se sobreentiende que quien
dirige la marcha es el orden episcopal. El Sínodo habrá servido para tomar el pulso al
laicado, y éste no está dando muchas señales de vitalidad. Seguirá siendo un eterno menor
de edad que necesitará del tipo de pastores que lo dirigieron hasta ahora. Sin duda habrá
algunos cambios, pero no cambiará la naturaleza clerical de la institución.
N
o debe descartarse lo del sacerdocio fe
m
enino
,
que tan insistente
m
ente se recla
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m
bios necesarios para que todo siga igual
. P
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m
enino
,
ni la creación
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glesia y el
hecho de que dos mil años después de Jesús estemos inmersos en esta problemática.
P
ero con cualquier organización
,
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glesia no es un fin en
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is
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a
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plantación del reino de
D
ios que
J
esús anunciaba
. T
a
m
bién en eso transitamos una senda
errónea durante dos milenios, dirigidos por el tipo de pastores que tuvimos. ¿Seremos
capaces de darnos otro tipo de organización? Si queremos trabajar por la realización del
proyecto de Jesús de Nazaret, sus seguidores tenemos la responsabilidad de intentarlo.